Dosier
“¿Por qué no cocinas vos? Si vos sabes cocinar”: Un estudio acerca de las narrativas que construyen las mujeres en torno a la experiencia de cocinar para los/as demás en Santiago del Estero
Resumen: El presente estudio se propone reconstruir las narrativas de mujeres santiagueñas vinculadas a la cocina e identificar implicaciones de mandatos sexo-genéricos presentes en la subjetividad. Se inscribe en el campo de la salud femenina y la antropología nutricional desde un enfoque de género. Se procuró recuperar los relatos construidos en torno a la preparación del alimento y los rituales, e identificar elementos identitarios desde una perspectiva que pone en tensión el lugar asignado a las mujeres en un contexto sociocultural local. Se entiende la cocina como categoría cultural en la que es posible encontrar diversidad en las estrategias que configuran rutinas de preparar y “hacer comer”, enlazando tradición e innovación, pasado y presente. A modo de anticipación de sentido, sostenemos que las feminidades de las mujeres en la actualidad siguen marcadas por estas herencias culturales propuestas como estereotipos sexo-genéricos y que, en particular, la cocina da cuenta de la capacidad de la mujer para ejercer el cuidado de los demás, en desmedro del propio. Por otra parte, al adoptar la narrativa como herramienta teórico metodológica la intención es enriquecer y transformar la experiencia en autonomía, para construir nuevas narraciones, nuevas versiones, nuevas posibilidades, nuevos relatos sobre la cocina.
Palabras clave: Mujeres, Cocina, Narrativas, Género.
“Why don't you cook? If you know how to cook”: A Study on the Narratives that Women Build Around the Experience of Cooking for Others in Santiago del Estero
Abstract: The present study intends to reconstruct the narratives of santiagueñas women in relation to cooking and to identify implications of sex-gender mandates present in subjectivity. It is part of the field of women's health and nutritional anthropology from a gender approach. The aim was to recover images constructed around food preparation and rituals, and to identify identity elements from a perspective that strains the place assigned to women in a local socio-cultural context. Cooking is understood as a cultural category where it is possible to encounter diversity in the strategies that configure routines and rituals of eating and "doing to eat", bridging tradition and innovation, past and present. As an anticipation of meaning, we consider that women's femininities today are still marked by these cultural inheritances proposed as social mandates, and cooking shows women's capacity to take care of others, to the disregard of their own. Furthermore, by adopting narrative as a theoretical and methodological tool, the intention is to enrich and transform the experience into autonomy, constructing new narratives, new versions, new possibilities, and new stories about cooking.
Keywords: Women, Cooking, Narratives, Gender.
Introducción
Desde el inicio de la cultura del mundo, la cocina se ha convertido en un espacio de poder, al mismo tiempo que de la circulación de conocimiento y experiencias vitales. Sobre todo, posteriormente a la segunda transición alimentaria (Aguirre, 2016), en el paso de cazadores-recolectores al montaje de los primeros asentamientos y el dominio de la agricultura. Este movimiento no sólo marcó espacios definidos para cocinar y con qué alimentarse, sino que propuso lógicas de distribución de roles en la sociedad, en las cuales las mujeres se hicieron cargo de la cocina en la esfera privada de la vida cotidiana. Este proceso no-lineal acarrea el perfeccionamiento y estilización del rol reproductivo de las mujeres, que no necesariamente es aceptado con amor (Federici, 2022).
Siguiendo la lógica de Aguirre (2016), con los avances tecnológicos que se consiguieron con el correr de los años los niveles de producción y reproducción se acentuaron y alcanzaron su punto de no retorno durante la industrialización. Ese momento estuvo caracterizado por el problema de la intensificación en la producción de alimentos para la mano de obra, la cristalización de la familia como unidad de producción del capital y la redefinición de la percepción del cuerpo.
El capitalismo ha rediseñado los cuerpos de las personas como si se tratara de máquinas de trabajo. En otras palabras, los signos del disciplinamiento y la explotación sistematizada han hecho del trabajo humano la esencia de la acumulación de la riqueza. No obstante, ese proceso de mecanización ha sido doblemente impreso en el cuerpo de las mujeres (Federici, 2022). Sometido a la disciplina del trabajo primero, y a la expropiación después, se lo convirtió en un objeto sexual y en una máquina de procreación, preparado para resistir la fatiga y la enfermedad, lo que ha afianzado el triunfo del capitalismo (Han, 2022) sobre esos cuerpos. Se genera la sensación de identificarse como útiles en el sistema productivo (de dinero) y reproductivo (de cuidados), tomando el trabajo como marcador temporal de la vida cotidiana (Sennett, 2006). La cocina marca el tiempo de despertar, de comprar, de cocinar, de planificar y de descansar, a la vez que reafirma un estatus frente a los/as demás. Con la inserción de la mujer en el mercado laboral, la cocina se vuelve un terreno de gestión; es decir, que requiere de la administración racional y eficiente del tiempo, el dinero, el valor nutritivo de las preparaciones y el afecto (del Campo y Navarro, 2013).
El mandato genérico (Butler, 2007) de cocinar se asume desde la infancia de las mujeres como preparación para la vida matrimonial, y también ante el reconocimiento de la necesidad de independencia económica o para hacerse cargo de otros. La alimentación y el cuidado de los/as demás fueron los pilares con los que muchas generaciones aprendieron su lugar en el mundo (Fernández, 2009), que fue reinventándose con el tiempo. Esta concepción supone implicaciones amorosas y de sacrificio para ser legible en el campo social (Lagarde, 1990); es el descuido en pos del cuidado de los/as demás (Lamas, 1986). La rutinización de estas prácticas modela el cuerpo, hace eficiente el tiempo y adiestra la tolerancia (Foucault, 1979 para que a diario se puedan llevar adelante las mismas actividades.
Este lugar femenino no es opcional y su renuncia supone un castigo o penalización por parte de la sociedad. Muestra de esto es la adopción de una doble o triple jornada laboral por parte de las mujeres como consecuencia de la emancipación económica (Wanderley, 2008). Salirse hacia un espacio de validación fuera del hogar e intentar obtener una remuneración extra no implica la renuncia a otras responsabilidades asumidas previamente: se alimenta a la familia hacia adentro (primera jornada) y se alimenta a otros de manera remunerada (segunda jornada).
Hablamos de cocina como categoría cultural de la alimentación humana, ya que el rol de las prácticas culinarias excede lo funcional, en lo relativo a la mayor digestibilidad de los alimentos o su conservación, para extenderse en un amplio, complejo y difuso campo que comprende las representaciones simbólicas y los valores adjudicados por el grupo de pertenencia. La posibilidad de acceso a instrumentos, herramientas y combustibles condicionan materialmente el tipo de cocina que puede implementarse, aun teniendo los insumos primarios y los saberes.
Con el objetivo de adentrarnos en las jornadas laborales de mujeres que asumen una doble jornada, escuchar sus justificaciones, recuperar las imágenes que construyen en torno a la preparación de la comida, identificar elementos identitarios que permanecen vigentes, indagar inequidades y desprotecciones a partir de la reproducción del rol y los mandatos asumidos, consideramos que la investigación narrativa es una herramienta potente para acercarnos a esta realidad social, e incorporando la perspectiva de género.
Consideraciones epistemológicas sobre las narrativas
La investigación narrativa, para algunos autores (Ripamonti, 2017; Yedaide, Porta y Ramallo, 2021; Connelly y Clandinin, 1995; Richardson, 2019), se inscribe en la modalidad de las metodologías cualitativas, que tienen como objetivo indagar, conocer, comprender y analizar prácticas. Se inicia con el giro hermenéutico operado en las ciencias sociales y en el marco de discusiones críticas con paradigmas de corte positivista. Esta modalidad recupera experiencias, colabora en su transmisión, las significan y las pone en valor como saber. Las narrativas operan de manera catalítica; es decir, las protagonistas se explican y comprenden a sí mismas y en sus tramas.
Por su parte, otros autores, como Yedaide, Porta y Ramallo (2021) enlazan la investigación narrativa con el giro lingüístico y narrativo primero, y con los giros afectivo y ontológico de modo más reciente, pero además refieren a la confluencia del neomaterialismo con sus reverberancias en lo postcualitativo y lo anti-metodológico, marcando una alteración profunda en los marcos interpretantes de la investigación científica tal como lo propuso el discurso científico moderno.
Dicho esto, y en el intento de recrear escenas, dar cuenta de lo silenciado, imaginar fugas (Ripamonti, 2017), surgen las preguntas. ¿Qué dinámicas asume la cocina según la jornada laboral que se afronte? ¿Qué es lo que se mantiene vigente en los rituales de la cocina, en los que la puesta en escena evoca tradiciones, pero a la vez desigualdades? Cuidar a los/as demás ¿qué asimetrías e inequidades perpetúa o profundiza?
La narrativa es el enfoque metodológico adoptado, bajo la convicción que supone una apertura metodológica para abordar una experiencia. Un texto narrativo puede desnaturalizar, cuestionar y derribar lo que opera como legítimo y autorizado en una práctica cotidiana. Lo sustantivo de la narrativa se juega en el vínculo con la experiencia: se narra desde una memoria de algo vivido y se expresa una vivencia elaborada.
En coincidencia con Ripamonti (2017), entendemos la narrativa como un modo particular de relatar que articula la experiencia desde un nudo problemático que tensiona, tracciona y atraviesa las entrevistas, y pone al narrador en la posición de pensar lo vivido. En este sentido, son reflexiones provocadas, efecto y producto de la organización de la experiencia ante preguntas como ¿Por qué cocinas? ¿Qué es la cocina para vos? Contame cómo es tu jornada de trabajo.
Entonces, ¿qué puede una narrativa? Posibilita la emergencia de visiones tradicionales, narrativas dominantes, contrahegemónicas, que permiten la emergencia de relatos innovadores, subversivos, transformadores. ¿Qué habilita? Las escenas narradas de la vida cotidiana nos posibilitan comprender lo que hacemos y poner foco en las múltiples formas en que se juegan el control y la apropiación, la negociación y la resistencia en la construcción cotidiana. ¿Quién/es habla/n? Son mujeres invitadas a dar su testimonio sobre la experiencia de cocinar como medio de vida. Habilitar la palabra en este grupo de mujeres es nuestra decisión epistemológica, teórica y política.
En una primera aproximación interpretativa, se reconstruyen relatos que a modo de rutinas exponen la dinámica que asume una jornada femenina cuando la opción por la cocina se vuelve trabajo remunerado, lo que suma complejidad a la rutina diaria, en la que la responsabilidad de las tareas domésticas es asumida por las mujeres. Además, en el caso de las entrevistadas, la mayoría tiene otro/s empleo/s remunerados que se acoplan entre sí, lo que genera nuevas dinámicas entre sus jornadas laborales.
Somos lo que narramos y esa narración no es un texto único ni con pretensiones de verdad. Nuestras entrevistadas poseen emprendimientos culinarios de distinta envergadura, tienen carga familiar, tienen otro trabajo remunerado y en muchos casos son proveedoras del mayor ingreso económico en el hogar. Ellas cuentan sus historias exponiendo sus logros, sus límites, sus sueños, sus pesares. Por nuestra parte, no se trata de demarcar ficción de realidad en las narraciones; y de parte de las ocho mujeres que nos prestaron sus voces, se trata de reconstruir la memoria en presente y de dar cuenta de las afectaciones subjetivas asociadas a la persistencia de modelos culturales y estereotipos de género.
Consideraciones metodológicas
Nuestra opción por la investigación narrativa se vincula al interés por la especial manera en la que se relatan las situaciones y por cómo estas son comprendidas y resignificadas. Como Connelly y Clandinin (1995), asumimos la narrativa como “fenómeno” que se investiga y como el “método” de esta investigación. Afiliada a la tradición cualitativa, tiene la característica constitutiva de la experiencia observada como relato vital, que se caracteriza por estar motivado por el investigador y recogido desde la voz exacta de la entrevista al sujeto, sin recibir un complemento de otras fuentes; por ello, no se preocupa por lograr la afinidad de la subjetividad del autor con la subjetividad del interprete, sino que su interés será alcanzar un encuentro entre el discurso del texto y el intérprete (Nieto Bravo et al., 2019).
La investigación que presentamos se propuso reconstruir las narrativas de ocho mujeres santiagueñas que asumen una doble jornada laboral; esto es, alimentan a su grupo familiar por un lado y alimentan a otros mediante sus emprendimientos culinarios de panificados, pastas y viandas. Seleccionamos de manera intencional a nuestras mujeres; esto es, por medio de personas cercanas que conocen sus emprendimientos. El rango de edad oscila entre 30 y 50 años, y destacamos que 5 de ellas llevan adelante una tercera jornada laboral, pues tienen un empleo remunerado dentro de la administración pública como docentes, administrativas o personal de servicios generales. En todos los casos se trata de mujeres de sectores medios, que fueron elegidas bajo la consideración de que el rol de la mujer se ha ido modificando estratégicamente en el interior de los diferentes estratos sociales. En consecuencia, es de esperar que ciertas modificaciones en los esquemas de percepción y valoración hayan ido configurando un nuevo imaginario de clase media, también presente en los significados atribuidos a la alimentación y a la cocina.
Utilizamos la entrevista narrativa como forma particular de entrevista en profundidad, dado que en ella la participación de los investigadores es mínima, y se permite hablar a las entrevistadas con sus propias palabras. En este sentido los relatos que incorporamos al texto, respetan las formas del habla nativa desde una perspectiva antropológica. El encuentro con cada mujer se inició con relatos autobiográficos, mediante un diálogo que buscó intencionalmente abarcar las dimensiones más sensibles de la experiencia.
Metodológicamente, es importante diseñar las estrategias de indagación; por ello, definimos los siguientes tópicos para provocar los relatos:
El aprendizaje culinario; esto es, el modo en el que las mujeres han aprendido a relacionarse en y con la alimentación.
Relación del aprendizaje culinario con los momentos personales y sociales.
Decisiones en torno a la alimentación: quiénes comen, qué comne, qué dejan de comer, quiénes dejan de comer.
Momentos vividos con la familia o con el grupo de pares que han condicionado de uno u otro modo su relación con la alimentación.
Evocación de momentos, imágenes, sensaciones en torno al comer y "hacer la comida".
Registros corporales de la tarea evaluados en términos de desventajas, desprotecciones y desigualdades.
El contexto de las entrevistas estuvo determinado por las rutinas diarias de cada una de las mujeres. Ellas definieron el momento y el lugar para concretar los encuentros, por nuestra parte procuramos un registro minucioso y una escucha atenta de los relatos, que además fueron grabados con el consentimiento de las protagonistas.
Seis de nuestras mujeres nos recibieron en el lugar donde cocinan. Nos encontramos con espacios domésticos adaptados de diferentes formas y según las posibilidades del lugar para la tarea de cocinar para los/as demás. Las cocinas están equipadas con utensilios y electrodomésticos de uso diario, que mayormente se encuentran a la vista sobre mesones o en la misma mesa que la familia utiliza para comer.
En uno de los casos, la cocina para elaborar los productos que se comercializan es una ampliación contigua a la cocina familiar, que posibilita acomodar horno profesional, freezer, heladera comercial y mesadas donde la entrevistada acomoda ordenadamente el producto de su trabajo. En este caso, se trata de una emprendedora que logró con los años ampliar su emprendimiento y se dedica a servicio de catering.
En un caso en particular no accedimos al espacio de la cocina, dado que se trata de un lugar “encubierto”: un recinto pequeño que funciona como archivo en una repartición pública, pero que nuestra entrevistada utiliza para terminar de preparar la comida precocinada, que traslada desde su domicilio para vender diariamente a sus compañeros/as.
Finalmente, en el último de los casos, nuestra entrevistada encabeza un emprendimiento familiar en el que fabrica pastas con la colaboración de su familia, padres e hijos, más dos empleadas, todos bajo su supervisión. En este caso fuimos recibidos en el local de ventas.
Salvo en el último caso referido, los espacios para cocinar son reducidos, sin que permitan distinción entre la cocina doméstica y la producción que se comercializa. Se puede agregar, a la visible incomodidad del espacio, la circulación permanente de algunos miembros del grupo familiar, particularmente los niños. Esto obliga en muchos casos a preservar lo que se produce en lugares fuera de su alcance, en otras dependencias o en lugares con altura como el techo de aparadores, alacenas o armarios.
El tiempo dedicado a la tarea de cocinar es principalmente a la noche o de madrugada, cuando el resto de la familia descansa. En alguno de los casos el trabajo de cocinar para los/as demás se inicia los jueves para distribuir los productos el fin de semana, y en otros es parte de la rutina cotidiana: se cocina de noche y se vende en el trabajo durante el día.
El modelo analítico asumido para el tratamiento de los relatos coincide en gran parte con el modelo hermenéutico de la propuesta de Kornblit (2007): más que ubicar temas a lo largo de entrevistas, se trata primero de escuchar las voces dentro de la misma narrativa (conexiones entre las distintas historias, como por ejemplo: estrategias narrativas para conciliar diferentes posiciones sobre el valor de su trabajo, decisiones orientadas hacia el logro personal o a proyectos familiares o de pareja). Por otra parte, las narrativas también muestran las voces de los otros (padres, pareja, hijos/as, compañeros/as y amigos/as), y el discurso sostenido por algunas instituciones y grupos que definen roles esperables.
Uno de los ejes centrales de este tipo de análisis es la identificación de lo que Kornblit (2007) denomina “índices”; esto es, aspectos que son reconocidos por los/las investigadores/as. En nuestro caso, los “índices” fueron la cocina como marcador temporal de la cotidianeidad, lógicas que se despliegan entre mandatos y resistencias, las marcas del afecto, las imágenes recuperadas en torno a la tarea, las afectaciones en la salud. También, el señalamiento de los “puntos de viraje”, en cuanto a momento vital identificado por el sujeto y/o por el/la investigador/a como una encrucijada a partir de la cual el itinerario biográfico de la persona tomó un rumbo distinto o inició una nueva etapa; en este caso, se trata de decisiones sobre el cuidado personal o de la salud, inversión de tiempo o dinero, o redefiniciones en las lógicas de trabajo.
Lógicas y dinámicas de la cocina. Entre mandatos, herencias y discursos optimistas sobre los cambios masculinos
Cuando se naturaliza lo doméstico, se lo excluye de ser considerado trabajo. En este sentido, todas las actividades que se realizan dentro del hogar pierden valor y son invisibles ante las estadísticas sobre trabajo productivo. Esta invisibilidad es un agravante para que no se reconozca la doble jornada laboral de las mujeres. Así, todas las actividades que realicen las mujeres fuera del hogar serán consideradas iguales o incluso inferiores a las tareas que realizan los hombres, sin hacer visible que la salida de la mujer al mundo laboral la inscribe en una doble jornada (Fernández Collados, 2008).
“Si vamos por lo (...) personal, a mí no me gusta cocinar, (...) para mí la cocina es, no sé, no la siento, yo no siento la cocina. Sí lo hago, digamos, a modo de, no sé, a modo de supervivencia”. (Noelia, 28 años)
Discursivamente, no aparece la figura del hombre como destinatario único de sus esfuerzos, pero sí el mandato del cuidado a la descendencia. Y, como se verá más adelante, la salida al mercado laboral de las mujeres no se compensa con las tareas de cuidado por parte de sus parejas (Federici, 2022). Como lo plantea Noelia: “exactamente (...), tenemos chicos: hay que darles de comer, hay que darles de merendar, hay que darles de cenar, hay que bañarlos, todo, todo es…” (Noelia).
Para Stella Maris:
“La rutina arranca a las ocho. A esa hora llegan las chicas [empleadas], me pasan el detalle de qué falta, sobre todo verdura, porque lo que es harina, aceite, se trata de tener… en stock. Pero bueno: puede faltar también. Entonces, me pasan el detalle, y yo a las ocho ya salgo a la verdulería o a lo que falte. Tengo algunos proveedores que, porque si me dicen algún queso, alguna cosa, ya les mando mensaje; o el pollo, esto que lo otro, y ponele, a más tardar ocho treinta, ellas ya empiezan a preparar con lo que tienen, y ahí ya arranca; ya ocho treinta, exagerando, ya estoy con todo y ahí arranca y ya (…) el horario, el trabajo sería de desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde”. (Stella Maris)
“(…) un día de trabajo… ¡ay! [se sonríe] ¿Y a qué hora arrancamos? [risas] Y bueno, ella [se refiere a su concuñada y colaboradora en el emprendimiento] está trabajando también en comercio; entonces ella trabajaba sábado también. Entonces nosotros arrancábamos todo desde el jueves, el jueves y viernes nos dedicábamos a comprar lo que es la materia prima, y el viernes, después de las nueve de la noche, después que ella viene del trabajo, acomodamos un poco y empezamos, a hornear, a hacer las masas (...) Claro, nosotras lo manejamos, nosotras dos, digamos jueves y viernes. Por eso les decía: para arrancar el sábado la venta, sábados y domingos, se hace la compra jueves y viernes por las tardes, digamos, en horario que ella se desocupa, que también estoy desocupada io. Y bueno, imagínense la escuela. Io después de las seis de la tarde recién estoy holgada [risas], así que jueves y viernes se hace la compra, y el viernes después de las nueve, diez de la noche se hace, digamos, la producción. Se termina de hacer eso a la una, dos de la mañana a veces, y se hace a menos que haya muchos pedidos y que haya que terminar al otro día a la mañana... Porque nosotros hacemos las entregas a partir de las tres de la tarde, digamos, hasta las seis y media, siete a veces; descansamos, tomamos unos mates y a las nueve, nueve y media arrancamos de nuevo para el domingo”. (Noelia)
El acto de cocinar, para estas mujeres que realizan doble o triple jornada laboral, es una prolongación de su trabajo doméstico, y como tal es inexistente, o no es reconocido. Cuando se identifica algún aspecto de él, se lo minimiza atribuyéndolo no al esfuerzo sino a las habilidades naturales de las mujeres. Es una suerte de recurso per se de la feminidad siempre disponible, una carta de presentación ante oportunidades económicas. En algunos casos enlazan su saber hacer con una demanda (encubierta) de cuidado (para el caso del alimento) potencialmente capitalizable.
Ante la pregunta sobre cómo surge la idea de cocinar para otros, Delly responde:
“y uno de ellos [sus compañeros] que sabía mi situación económica me dice: ¿Delly, por qué no cocinas vos? Cocina me dice, si vos sabes cocinar. Bueno, le digo io, bueno, ya voy a empezar a cocinar… y empecé a cocinar… a traer milanesas con ensaladas, después a hacerles… pizzetas, empecé a vender las bolsitas de pizzetas y ahí, ahí empecé. Los chicos me han empezado a pedir, a pedir comida: ¿No sabes hacer esto? Io sé hacer de todo, les digo, nada más que ustedes me tienen que pedir, les digo, porque no puedo invertir algo que no te gusta a vos, no le gusta a Juan o a Pedro y me va a quedar. Io no puedo (…) invertir y que me quede la comida ¿entiendes? Porque io soy sola”. (Delly)
Es interesante señalar que las mujeres tienen una relación especial con la alimentación humana, lo que se expresa tanto en el ámbito doméstico como en el ámbito público. Por un lado, son las que habitualmente se encargan de preparar y servir los alimentos a los demás, siguiendo las normas y costumbres de cada cultura. Y por otro, son las que más se preocupan por la calidad y la seguridad de los alimentos, así como por la salud y el bienestar de las personas que los consumen. Esta labor alimentaria de las mujeres responde a una serie de factores sociales, históricos y económicos que definen sus roles y expectativas sociales (Gracia Arnaiz, 2014). Esta múltiple identificación del trabajo doméstico y extradoméstico da paso al reconocimiento de la doble carga/trabajo que sobrellevan muchas mujeres, dado que continúan acarreando la responsabilidad de la adquisición y preparación de las comidas domésticas, aun cuando son asalariadas a tiempo completo (Peredo Beltrán, 2003, como se citó en Gracia Arnaiz, 2014).
“No, io trabajo aquí, salgo a las cuatro, y cuando salgo de aquí voy a trabajar en las casas de familia, voy a limpiar, que tengo hace mucho tiempo, salgo a las siete, siete y media. De ahí agarro mi bicicleta, me voy a comprar las cosas frescas, las carnes, todo fresco, y ahí empiezo a hacer a la noche en casa o por ahí traigo para cocinar porque aquí tengo io un hornito [se refiere a su lugar de trabajo] y ahí les hago. Ahora, por ejemplo, estoy haciendo un pollo con papas”. (Delly)
En el ámbito doméstico, las comidas diarias son una obligación cotidiana a menudo cuestionada por otros constreñimientos sociales. El uso particular del tiempo incide en la reestructuración de las prácticas alimentarias, y no necesariamente en el sentido más deseable ni más saludable (Gracia Arnaiz, 2014). Las mujeres saben y padecen las desigualdades del escaso involucramiento masculino en las actividades domésticas, sobre todo en las rutinas de crianza. Esa salida en busca de emancipación tiene el costo de tener que resolver las demandas hogareñas para recién poder pensarse hacia afuera.
“(…) entonces, en eso que ella quiere tomar la teta, me despierta y yo ya no puedo volver a dormir, y siempre lo hace a las seis menos cuatro, seis y cuarto, en ese rango. Entonces ya quedo despierta, pero quedo en la cama porque si yo me levanto a esa hora, ellos se levantan a esa hora. Entonces me quedo un rato”. (Natalia)
“La experiencia como testimonio, expresa acontecimientos, efectos y contraefectos de prácticas institucionalizadas, agenciadas o padecidas; desde las marcas, las heridas y las cicatrices, desde los cuerpos experienciantes que narran” (Ripamonti, 2017, p. 88). La cocina puede volverse una oportunidad, pero también algo de lo que se reniegue por la cantidad de tiempo vital que implica. Reconfigura los afectos, los condiciona. Suspende o pospone momentos de encuentro o celebración, puesto que cocinar (trabajar) está en primer lugar.
“Me gusta mucho la vida de la cocina. Me gustaba mucho más antes cuando no tenía hijos [se ríe], porque realmente es una vida muy dura, muy de trabajar de noche, horas sin parar, los fines de semana. Cuando todos festejan, nosotros trabajamos, y por ahí de repente cuando tienes hijos… me ha pasado… los niños te demandan más y bueno, tienes que encontrarte un… Yo, al menos, me pasa de encontrar los momentos, o por ahí ya no quiero estar tan agotada como antes (…) Ahora sí quiero cortar porque quiero con ellos pasar la Navidad, cumpleaños”. (Natalia)
Los relatos refieren a los mandatos que las mujeres asumen. En algunos se exhibe el peso de la carga diaria que no se atreven a cuestionar, asumiéndose con estoicidad y sentido sacrificial, y en otros relatos es posible encontrar referencias al involucramiento masculino en las rutinas domésticas:
“(...) como le decía, ia tenía ocho meses de embarazo, io amasaba, hacía las cosas. Y por ejemplo él [su marido], aparte de hacer los envíos, me ayudaba, digamos, a hornear las cosas, a embolsar y todas esas cosas; inclusive, hasta llenar alfajorcitos ¿no? Así que, digamos, ha sido un muy buen compañero”. (Noelia)
Bonino Méndez (2000) plantea una visión crítica sobre el surgimiento de lo que se ha denominado “nuevas masculinidades”. Según su perspectiva, la retórica optimista que rodea estas nuevas formas de masculinidad, que prometen una relación igualitaria entre hombres y mujeres, no se debe tanto a la aparición de estos “nuevos” hombres, sino más bien a una serie de operaciones mediáticas. Estas operaciones mediáticas actúan sobre el imaginario social y están basadas en varios factores. Uno de ellos es la autoglorificación masculina, un fenómeno en el que los hombres se enaltecen a sí mismos. Otro factor son los deseos femeninos, que pueden ser manipulados o utilizados para perpetuar ciertas imágenes de la masculinidad. Además, está la necesidad de actualizar el patriarcado; es decir, de adaptarlo a los tiempos modernos sin necesariamente desmantelarlo. Finalmente, las necesidades del mercado también juegan un papel importante, ya que pueden influir en la forma en la que se presenta y se percibe la masculinidad. Bonino Méndez señala también que, a pesar de estos discursos optimistas sobre las nuevas masculinidades, la realidad muestra una imagen diferente. Las familias simétricas, es decir aquellas en las que hombres y mujeres comparten roles y responsabilidades de manera equitativa, siguen siendo una excepción. Esto sugiere que hay una brecha significativa entre la retórica sobre las nuevas masculinidades y la realidad de las relaciones de género en nuestra sociedad.
Para Bonino Méndez (2000), existe una distancia entre la igualdad formal y la igualdad real entre hombres y mujeres. Actualmente, se observa que quienes plantean con fuerza la necesidad y el deseo de ejercer la igualdad y acceder a la paridad en todos los ámbitos, es decir compartir responsabilidades familiares, el ocio y el poder, son casi unánimemente las mujeres. Y que, a pesar del discurso optimista sobre los cambios masculinos, estos no se traducen en acciones concretas pues se reemplaza la idea de “responsabilidad” por la de “ayuda”. En tanto la primera supone que hay alguien que tiene la obligación última de su realización y se hace cargo de las consecuencias que ello implica, la ayuda se define por estar libre de esta última responsabilidad; no es obligatoria, no es rutinaria, sino electiva.
Como lo percibe Noelia:
“(…) en lo que es comida, los hombres, no; (...), pero sí lo que es el tema de los envíos: esas cosas, sí. Pero lo que es la cocina, por lo general, lo manejo io y lo maneja ella [su cuñada], y los envíos los hacemos nosotras con mi cuñada, y bueno, en el caso que sea necesario, los hombres, digamos. Porque mi suegro, él se encarga, digamos, de mi hijo junto con el padre, y el marido de ella justo en el horario de la tarde justo trabaja, entonces… Pero si hay que hacer entregas a la mañana o antes del horario de trabajo, sí: estamos todos, todos andamos”. (Noelia)
“Hummm… Y después tengo a mi tío que me ayuda, él es el horneador, le digo yo, porque yo hago todo lo que es los productos en sí, los elaboro totalmente caseros, todo integral, y también hago productos comunes, que la gente por ahí le cuesta despegar ¿no? Hummm… pero entonces van probando, qué sé io, de unas pepas comunes”. (Lourdes)
Sin embargo, en algunos casos el monto de los recursos educativos, profesionales y económicos de la mujer les posibilita negociar con mayor fuerza el reparto de tareas, (Bonino Méndez, 2000). Rosario narra redefiniciones en la rutina:
Yo también, sí, he hecho gran parte... Ahora lo hace mi novio con una de las cocineras, pero en la primera etapa, durante mucho tiempo, había en particular un postre que lo hacía yo, pero la verdad, que mi preferencia es hacer cosas saladas. (...) y el horario que tengo, digamos, es inamovible lo de la universidad, y los fines de semana el cumplir horario en el... No es que tengo que cumplir horario en el bar, pero mi trabajo es necesario en el lugar, mi trabajo del bar”. (Rosario)
Afectaciones pasadas y presentes
Las narrativas son co-construcciones de escritura singulares que configuran poéticas en tanto asumen una entidad convivial, territorial y localizada. Fragmentos de vida sensible que visibilizan mundos íntimos, pero al mismo tiempo exponen al entramar experiencias sensibles y cuerpos sintientes, vida afectante y vida afectada (Porta, 2020).
La decisión de cocinar para otros pone en juego efectos y afectos. Requiere aproximar la experiencia diaria con rutinas, tiempos y espacios definidos con los compromisos que genera “cocinar para afuera”. Milagros cuenta:
“(…) era conflicto en la familia, porque io vivía con mi viejo, y vivía con la mujer, el segundo matrimonio de él y los dos chicos; mi hermano ia se había ido a vivir con la novia. Entonces era, imagínate, dos chiquitos de 3-4 años que tenían que cenar temprano para ir a la escuela, tenían que almorzar, tenían que merendar. Era una cocina del departamento más chica que este, y era: `Mili ¿a qué hora desocupas la cocina? Mili, tengo que hacer esto´. Y io usaba el horno, usaba el horno, usaba el horno. Había veces que io a la siesta dormía y toda la tarde me pasaba cocinando, pero no había nadie porque salían, y a la noche la Mili seguía cocinando; entonces, tenían que calentar las cosas y no podían; entonces ia era, ia se generaba mucha pelea”. (Milagros)
La narrativa rearticula y reestructura el tiempo vivido a través de una historia. En este sentido, configura la memoria, la ejercita. Esto podemos comprenderlo mejor si entendemos la memoria como una construcción y no como un mero registro, en el sentido tradicional del término, en su dimensión constativa (Ripamonti, 2017).
Stella Maris relata la historia del emprendimiento en presencia de su padre, quien escucha emocionado:
“En realidad eso [trabajar cocinando para afuera] viene de hace mucho. Primero empezó a hacer él con mi papá [señala al hijo que está en la caja], así, tipo en la casa… Y bueno, ahí fue que empezó alguna que otra: Ay, haceme para mí, haceme para mí, hasta que, bueno, un día buscando una veta económica, digamos…”. (Stella Maris)
El padre de Stella Maris narra junto a su hija y nos cuenta que elaboraba pastas cuando vivía en Buenos Aires, que su hermano fue cocinero del ejército en Paso de Los Libres, que también tuvo panadería y enfatiza: “Pero panadería de otra época, la tuve en pleno campo, imagínese, hoy no existe eso”. Recuerdan juntos la herencia de familia, los abuelos italianos, los sabores, los aromas, los sueños y los deseos más profundos.
El abuelo continúa el relato: “Tenemos de parte del hijo que tiene un… solo hijo varón, que está en Rusia (…) es filósofo, (...) un día estábamos comiendo ravioles: `Abuela, nos tenés que enseñar la receta´” (se emocionan hasta las lágrimas, hacen largo silencio). “Me mandó [el nieto] a pedir la receta y compró una maquinita manual y agarró (voz quebrada por la emoción y lágrimas), y empezó a hacer para los amigos que conoció allá”.
Cada narrador/a, al relatar, opera una selección en función de las afectaciones del presente. Cada narrador/a realiza recortes, engendra sentidos, instituye silencios, de forma tal que produce por medio de palabras una narrativa que atiende a los condicionamientos, los intereses y los deseos del presente (Ripamonti, 2017). Las narraciones en torno a la preparación de los alimentos tienen voces mayoritariamente femeninas, pero anudan las relaciones familiares, y enlazan significantes, predominantemente maternos.
Cuando se refiere a quién le agradecería por el emprendimiento:
“Ufff… Y, a muchas personas… sí sí sí, sí, mucho, porque he estado mal de verdad. Estaba muy mal, y nada: es las amigas que siempre están y sobre todo a mi abuela y a mi vieja ¿has visto? mira que a mi vieja también le ha tocado remarla por muchas cosas de ella. Y, sin embargo, tener esos recuerdos de que uno comparte la cocina y cosas así, y de pensar siempre en mínimas cosas, digamos… En tu abuela, qué sé io… Como te decía de la pizza con la salsa con mi tío, eso te lleva, es lindo, saber que compartes a diario… O sea, no es que te acuerdas de vez en cuando, no: estas todos los días. Io le digo a mi tío `No me acuerdo a veces la fecha que ha fallecido mi abuela, pero sí me acuerdo todos los días cada vez que me voy a la casa´. Es más, hay un mate que era de ella y io le digo `Ay, no le toques el mate de la Erme, no, porque va a venir y te va a tirar de las patas´, jajaja” (Lourdes)
Noelia, por su parte, cuenta que el nombre que lleva el emprendimiento es el de su suegra fallecida:
“Sí, justamente, en honor a ella, digamos, porque ella siempre, a mí personalmente, siempre me ha empujado a hacer, que haga. Inclusive, como io le he explicado hace un rato, si vamos por la cocina, a mí nunca me gustó cocinar, y hoy cocino porque ella me ha enseñado”. (Noelia)
Por otra parte, en la memoria el presente también interactúa con el recuerdo: interfiere, disloca los significados que se traen como evocación, irrumpiendo con sentencias ceñidas al deber ser femenino, y presentan algunas veces como tragedia y otras como comedia. (Valentini, 2023)
“En realidad, sí me acuerdo cuando ella me enseñaba a hacer las bombitas de queso, porque a mí siempre se me desarmaban, y io le decía `Pero ¿por qué?´. Io encima hacía todo y las ponía a freír, y lo mismo se me desarmaban. Y ella me decía: `¡No! ¡Te he dicho que no, así no, eh, chica tonta!´. Y io [deja de hablar y todas ríen], como que ahora me acuerdo y me río. Y ella me volvía a decir que no, que la harina va así, porque io no hacía con harina, siempre me manejo sólo con el pan rallado, por ejemplo; entonces era una causa, que es lo que ella me decía. Hoy en día lo hago como ella me lo decía pero a mi gusto, entonces me acuerdo y sola me río. Pero así, cosas así, porque ella `Huuyyyyy´ decía y le digo `Bueno, ¡no me vaya a pegar, no!´, y cosas así”. (Noelia)
La condición narrativa de la experiencia humana posibilita otras formas de (re)conocer(se), habilita voces silenciadas y silencios ruidosos. Algunas de nuestras mujeres se interpelan frente a una opción que en algún momento se presentó como posibilidad de autonomía económica que tensiona con la asignación de roles tradicionales.
“Yo he hecho de todo también en mi vida, pero paralelo siempre he hecho cosas en la cocina. Tenía un trabajo, o sea toda la vida he vendido, pero sí, ya tenía cosas que hacer, como pizza, empanada… Siempre me la he rebuscado, y tenía que ver con la cocina”. (Noelia)
Como plantea Bonino Méndez (2000), actualmente se observa que quienes plantean con fuerza la necesidad y el deseo de ejercer la igualdad y acceder a la paridad en todos los ámbitos -es decir, compartir las responsabilidades familiares, el trabajo, el ocio y el poder- son casi unánimemente las mujeres. No se advierte paridad ni simetría entre la rutina de hombres y mujeres. El agobio puede traccionar un cambio en la mirada de sí mismas, pero esta no encuentra su correlato en las prácticas de los varones.
El aprendizaje del oficio de cocinar es una práctica social atravesada por imágenes, percepciones, vivencias, agradables y no tanto, pero igualmente asumidas con naturalidad:
“Imagínese, io cómo he empezado, cómo he aprendido los dulces: pelando la manzana y pisando el membrillo, así he empezado prácticamente, y después lavar todas las asaderas que ensuciaban mi mami y mi hermana [risas], sí”. (Noelia)
El legado es portado con orgullo. Formas, sabores y patrones se reproducen efusivamente, como presuntuosamente cuenta Noelia:
“Es la receta de mi mami, es a gusto de mi mami, es todo de mi mami, sí. He aprendido de las manos de ella, no hay ninguna diferencia; inclusive, por ahí nos pasa de que en las juntadas familiares io llevo, por decir, vamos a tomar unos mates; bueno, llevo alguito que io he hecho, y allá mis tías o quien sea: `No, io voy a comer esa porque io sé que esa ha hecho la Noelia´, y hace de cuenta que la ha hecho la María, es el nombre de mi mama ¿no?, O sea, es exactamente la misma”. (Noelia)
Priscilla Gac-Artigas (2002, como se citó en Almanza Salazar y Parra Peña, 2017) muestra cómo la práctica de cocinar es un eje central para la mayoría de las culturas en el mundo, y por esto las cocineras tienen una labor crucial que desempeñar allí. A pesar de reproducir estereotipos sexo-genéricos, muchas mujeres, cuando cocinan, lo hacen con pasión, con poder y con sabiduría, haciendo uso de saberes ancestrales que les han sido transferidos de generación en generación.
Resignificando la cocina como espacio de posibilidad, creatividad y construcción de lazos. ¿Qué descentran las narrativas?
La cocina es un espacio complejo y contradictorio para las mujeres, que implica tanto opresión como liberación, tanto alienación como creatividad, tanto reproducción como resistencia. La cocina es un lugar donde se construyen y se cuestionan las identidades de género, donde se negocian y se desafían las relaciones de poder, donde se expresan y se transforman las emociones y los valores.
El mayor desafío es develar la cocina como el espacio que ya no es opresor y limitante, sino que les permite a las mujeres resignificar sus experiencias vitales y formar fuertes lazos de apoyo y solidaridad femeninos (Almanza Salazar y Parra Peña, 2017):
“Y, la verdad me conocen porque siempre me he dedicado a la gastronomía. Empieza el boca a boca con mis amigas, que son las primeras que siempre están, y de ahí empezamos todo, empieza mi amiga, mi familia (...). Empecé a hacer folletitos, a darle en cada compra los folletitos, a compartir mis estados [de Whastapp], y así, y hoy por hoy, gracias a Dios, se está mandando un lindo emprendimiento con bastantes clientes”. (Lourdes)
La cocina juega un rol fundamental en la vinculación emocional y en la conexión intergeneracional de las familias; también habilita un espacio para la creación de vínculos y de nuevos lazos entre mujeres. La solidaridad, la empatía y la resiliencia posibilitan otras dinámicas interpersonales entre mujeres y entre familias.
“(…) pero se elige por algo de corazón, realmente porque te gusta, y tienes que tener una dedicación. Io siempre he dicho que la alimentación es el último eslabón en sí en el ser humano ¿no? Lo que me ha llevado a mí que, hoy por hoy, mi emprendimiento es todo de productos integrales panificados, todo lo que tiene que ver en panificados, como hacer galletas, panes, prepizzas, pizzetas, galletitas dulces, saladas. Me ha llevado justamente por el mismo tema de la poca oferta. A ver, cómo decirte, no hay lugares donde vendan en sí productos integrales; hay, pero hay muy pocos, Vos vas y realmente ves en una panificadora, una panadería y hay productos más comunes, de harinas comunes (…). Me he dedicado a este tipo de gastronomía en sí, pero puntual, es hoy por hoy; digo `Me voy a dedicar a eso porque tengo una dieta especial´. Tengo hipotiroidismo, lo que es diabetes y cosas así, digamos. Entonces uno trata de ir directamente por esa ruta, en donde sabe que está seguro de lo que hace. (Lourdes)
Sostenemos que es posible resignificar el espacio de la cocina en las mujeres como potenciador de procesos transformadores de la subjetividad, a la vez que habilitan posibilidades de autonomía económica y personal que reviertan representaciones e imágenes tradicionales asociadas al rol femenino.
Las narrativas que presentamos, en tanto relatos cargados de argumentos, razonamientos, pero a la vez con un fuerte componente de emotividad, habilitan la resignificación de representaciones colectivas, autorrepresentaciones e imágenes. En tanto narramos, establecemos otras relaciones referenciales y vivenciales, damos recíprocamente espacio a la palabra de la persona. En la tarea de escribir estas narrativas ponemos en juego nuestra subjetividad y nuestras herramientas interpretativas, pero además enlazamos recorridos biográficos propios y de estas mujeres para encontrar nuevos sentidos.
Reflexiones finales
La cocina es un espacio donde las mujeres pueden emprender proyectos personales y colectivos, que les permiten generar ingresos, autonomía y reconocimiento, pero que también les exigen sacrificios, esfuerzos y adaptaciones. La cocina es, en definitiva, un espacio de lucha y de esperanza para las mujeres, que requiere una mirada crítica y reflexiva para comprender sus múltiples dimensiones y significados.
La cocina se torna el espacio capaz de reconfigurar identidades, subjetividades y mandatos asumidos a través del tiempo. Las resistencias son sutiles y en muchos casos no se vuelven conscientes; no se socializan, lo que marca un obstáculo para tornarse en conciencia colaborativa.
Algunos elementos clave para propiciar las narraciones femeninas son la claridad, la confianza, la escucha y la credibilidad que se debe transmitir en el espacio de la entrevista. Las narrativas pueden colaborar en un desplazamiento de sentido, visibilizando las tareas de elaborar alimentos como un trabajo remunerado, que de manera formal e informal reporta un ingreso en el hogar; y no sólo un trabajo exclusivamente doméstico y realizado por mujeres a modo de colaboración, que prolonga un mandato femenino. Los relatos pueden colaborar en la generación de estrategias grupales y sociales y políticas que contribuyan a deconstruir modelos patriarcales, y a democratizar el mundo doméstico. En el plano subjetivo de las entrevistadas, se trata de disminuir la sensación de injusticia, mitigar el exceso de trabajo y reposicionar el valor del aporte resaltando el trabajo emocional que conlleva el acto de cocinar para los/as demás.
Financiamiento
Esta investigación fue aprobada y financiada por Resolución N°162/2022, en el marco de la convocatoria SeCyT UCSE 2020.
Roles de colaboración
Carlos Damian Acosta
Conceptualización, análisis formal, escritura – revisión, edición y redacción - borrador original
Analía Marcela Valentini Cristina
Administración del proyecto, adquisición de fondos, conceptualización, análisis formal, escritura – revisión, edición y redacción - borrador original
Referencias
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Recepción: 12 Mayo 2024
Aprobación: 19 Agosto 2024
Publicación: 01 Octubre 2024